La anciana bruja echó los
ingredientes al fuego.
Julián Monsalve estaba asustado, era la
primera vez que iba a un lugar así, pero el sentimiento que le quemaba por
dentro lo llevó a desbocarse, a desear enteramente a la mujer que encontró en
la calle hace unos días.
Las velas despedían un olor dulzón,
aunque todas en la estancia eran negras. La bruja no dejaba de observarle,
mientras cantaba sus hechizos y revolvía el menjurje de rosas, partes de rana,
hierbas y quien sabe que más cosas.
Los olores le embotaban la cabeza,
comenzó a tener sueño, a desvariar, como cuando el alcohol comienza a hacer
efecto. Y así, mientras caía dormido, la anciana se le acercó.
—Es hora de pagar tu parte…
Despertó días después en una cama de
hospital. La mujer, rubia y esbelta, estaba dormida en una silla cerca de su
cama, el hombre sonrió y sintió la venda que le recubría parte de la cara.
Palpó la mejilla y la venda y la mujer se despertó.
—Qué bueno que estas bien. Te encontré en
la calle, no sé porque quise ir a ese lugar, pero estabas allí tirado… —le
dedicó una mirada atenta y solemne—. Lamento lo que te pasó.
Julián, sorprendido, continuó palpando su
cara. La venda le cubría todo el ojo izquierdo.
—¿Qué me pasó? —espetó.
La chica no tuvo el valor para darle respuesta, en cambio, bajó la cabeza y se puso a pensar en que era lo que tanto la atraía de aquel hombre tuerto que encontró moribundo en la calle… era algo que no podía explicar, una fuerza extraña… “ah, el amor, supongo que siempre tiene algo de magia” pensó. Besó al hombre en la mejilla, le dijo que todo estaría bien y fue a buscar al doctor.
Comentarios
Publicar un comentario