—le digo que vive en el bosque…
Aunque tomaron su declaración estaba
segura de que la habían tomado por una loca de atar. Pero lo que Samanta vio
aquella noche en el bosque era real… tan real que se había llevado a su amiga.
Más bien la había encantado…
Fue no más que un viaje de campo, un fin
de semana tranquilo con la banda sonora de los grillos. Acamparon en el bosque
sin que nadie las molestara, hicieron una fogata y contaron historias y chismes
y chistes; y cantaron.
Y luego llegó la doncella. La vieron a lo
lejos, refulgiendo en medio de la luz blanca que emitía su vestido. A Samanta,
conocedora del bosque, le parecía una combinación extraña y al tiempo hermosa,
era como si un humano se hubiera fusionado con un hongo. La doncella era
hermosa, tenía un vestido blanco, que al tiempo era parte de sí, como aquellos
hongos blancos con patrones estrambóticos.
—phallus induiatus —dijo samanta
hipnotizada por la creatura —El velo de la novia.
Detrás de ella revoloteaban puntos de
luz, y luego les llegó la risa de los niños. Las luces danzaban alrededor de la
doncella, llenas de vida.
—¿Adónde vas, Camila? —dijo alarmada al
ver que su amiga caminaba lentamente hacía la luz.
No le respondió, trató de hacerla
regresar, pero esta la apartó con brusquedad. Le miró y le dijo.
—Nos llama Sam, tenemos que ir.
La chica se quedó petrificada mientras
que su amiga se perdía en el bosque detrás de la doncella.
“Tenemos que ir” Recordaba esas últimas palabras una y otra vez. Ella nunca quiso volver, pero entendía que la doncella vagaba por el bosque, esperándola, pacientemente, para unirla a su rebaño de almas.
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