Esteban Duarte era el que llevaba el rifle. Lo compró unos meses atrás. Cuando lo vio estaba seguro de que quería cazar algo en un bosque cercano con sus amigos. De seguro Juan estaría asustado y no querría ir, pero, Andrés y Felipe aceptarían sin rechistar.
Y tal como lo pensó así pasó. Juan se
echó para atrás diciendo que no era ético —Juan era de las personas que usan la
palabra ética en su vida diaria— con los animales. Los demás se burlaron de su
intervención y recurrieron a la principal forma de chantaje entre hombres, la
defensa de la masculinidad.
Fue por ello que se demoraron tantos
meses en concretar cómo sería el plan. Tuvieron que pasar una serie de
desgracias para que el grupo de hombres se encaminaran en un viaje en coche
hacía un bosque lejos del pueblo. Lo primero fue que Andrés perdió su trabajo,
le dieron la excusa de un simple recorte de personal, pero él estaba seguro de
que lo apartaron para darle el puesto al genio que es el hijo del jefe, que no
hace mucho terminó su carrera y estaba urgido de trabajo. Se desahogó una noche
de copas y Esteban sabía que la ira solo se iría disparándole a una presa.
La segunda desgracia, fue que Julián
descubrió la infidelidad de su esposa. Les encontró en la cama desnudos y, aun
así, Estela tuvo la osadía de decir que le tenía que explicar la situación…
Llegaron cerca de las tres de la tarde.
Esteban dijo que quería hacerlo de noche, pero la negativa de los demás no le
dejó más opción. Levantaron el campamento y cocinaron unas salchichas en una
fogata rudimentaria.
Todos sopesaron el rifle en sus manos, y
ello les hizo sentir poderosos, lo suficiente como para batallar contra el
mundo y sus problemas. Todo podía acabar solo con una bala… Caminaron cuidando
siempre no perder el camino de vuelta al campamento, caminaron y caminaron.
Julián dijo que aprendió a hacer trampas,
y que con ello tendrían por lo menos un conejo si no encontraban nada más.
Esteban le dio una palmada en la cabeza, ese era el punto de la cacería, o lo
encontraban o pasaban la noche muertos de hambre.
La luz del sol comenzó a amainar y el
grupo continuaba su avanzada por el bosque. Ya habían matado un cuervo, y la
sensación de poder los llevó a buscar algo mucho más grande. Si tenían suerte,
se encontrarían con un puma… si, un puma estaría buen, estaría genial.
Aun así, el grupo se separó. Felipe y
Julián entendían que no podían ir en contra de los deseos de Esteban. Y si lo
hacían, se llevarían por lo menos un golpe. Era mejor sufrir la humillación de
que les dijeran gallinas a que los matara un puma en medio de la noche. Así que
decidieron devolverse.
Eso mosqueó a Esteban, les gritó que se
fueran, que, de todas formas, si conseguían el puma, ellos, sabandijas no
comerían ni un bocado de él y mucho menos del ciervo.
Esteban y Andrés se adentraron más en el
bosque, escuchando el susurro de las ramas de los árboles y el sonido incesante
de los grillos. Hasta que algo les llamó la atención.
Era un puma, de seguro que lo era.
Se movió rápidamente a cuatro patas.
Esteban apuntó y Andrés empuñó con fuerza su cuchillo por si el animal se le
lanzaba encima. Le alumbraron con la linterna, esperando ver dos puntos
destellantes en la oscuridad. Pero solo vieron uno.
Un punto grande y luminoso rodeado de
carne.
Un ojo que los miraba, en el pecho de un
animal que estaba a dos patas.
Esteban le disparó, pero pareció que el
animal no lo advirtió. Es más, el animal no tenía la mitad de lo que debería ser
su abdomen, y su cara, si a eso se le podía llamar cara, era un cráneo con
pedazos de piel colgando y unos pocos tendones y músculos sostenían los ojos en
medio de las cuencas.
Los hombres corrieron.
El animal corrió detrás de ellos…
Aunque gritaron y dispararon, sus amigos no llegaron a ayudarles, es más, ni siquiera escucharon aquellos sonidos, porque ya estaban lo suficientemente asustados con sus respectivos problemas que solo buscaban sobrevivir.
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