El pequeño Timmy se lo cuestionó. Mamá y papá le habían repetido incontables veces que no podía recibir dulces de extraños, aunque fueran muchos y aunque fueran ricos. Podían dejarlo quieto para siempre o dormirlo… aun no entendía muy bien el peligro que implicaban, pero mamá y papá se enojarían, de eso estaba seguro.
Aunque en ese momento el pequeño Timmy no
entendía por qué Mamá y papá lo alentaban a recibirlo, ¿Había entonces una
excepción a la regla? ¿Cómo sabían papá y mamá que este no lo dormiría? El
pequeño Timmy se lo preguntó mucho, hasta que estuvo acostado en la cama con
las piernas doloridas y eso que papá y mamá le habían cargado casi la mitad de
la noche. Las orejitas de… por un momento se le olvidó el nombre del “aminal”
—hace bee, pequeño timmy, ¿Qué “aminal” hace bee? —. le recordó su mente.
—paa, me duele la cabeza —dijo su voz infantil—
Las orejas de la oveja me ‘prietan.
Papá le quitó las orejas y el disfraz y
le acostó dándole un beso en la frente. Cuando apagó la luz y el pequeño Timmy
se arropó con su manta hasta el cuello, papá se volvió para decirle que no
podía comerse los dulces de una sentada. El pequeño Timmy movió la cabeza
adolorida en un gesto afirmativo, aun así, sabía que nunca se comería los
dulces que le dio el extraño, porque mamá y papá dicen que son malos, porque
pueden dormirlo…
Y en los días siguientes el pequeño Timmy
supo que había hecho lo correcto cuando papá le agarró de los brazos y le
preguntó, muy asustado, que si había comido uno de los dulces. papá los tiró a
la basura inmediatamente.
Lo que el pequeño Timmy nunca supo fue
que más de diez niños se habían quedado quietos para siempre esa noche de
disfraces.
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