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Día 10: psicosis e insectos

 El día que vio la primera, un escalofrió le recorrió la espalda, y el asco se le presentó en la garganta. Una cucaracha, caminaba rápida y libremente por la despensa de comida, caminó sobre el pan, las galletas, los huevos y las frutas. Era una de las grandes y posiblemente de aquellas que vuelan.

Buscó con ímpetu el insecticida, pero no podía rociarlo en el lugar en el que estaba. Al final se rindió. Ya la encontraría luego y la aplastaría como el ser repugnante que era.

Pero luego aparecieron más, caminaron libremente por su escritorio mientras estaba escribiendo. Se acercaban a su mano y él, espantado, la movía como si fuera un espasmo y ellas corrían de nuevo a esconderse.

Cuando intentaba matar a unas cuantas, descubrió entonces que si eran de aquellas que volaban. Se le acercaron y el hombre manoteó en todas direcciones, pudo tumbar una de las tres que le atacaban, y la pisó al instante escuchando un sonoro y desagradable Crack junto con el sonido de algo líquido.

Por más que roció de insecticida la casa, ninguna de ellas moría, eran extremadamente resistentes y le daba la impresión de que con el paso de los días se volvían más y más fuertes… más y más grandes.

En ultimas, lo que lo llevó a contratar a los expertos en plagas, fue aquella noche en la que, medio despierto a las tres de la mañana, fue a orinar. Cuando encendió la luz, cientos, miles de ellas, corrieron sobre las celestes baldosas, algunas, corrían despavoridas incluso pasando sobre ellas mismas. Se sintió asqueado y molesto. Como si todas caminaran por su piel. Movió los brazos con desagrado y dio pisotones.

Entonces comenzaron a volar.

Todas revoloteaban en el pequeño cuarto, cerca, muy cerca de él. Podía sentir sus patas, podía escuchar sus alas. Quiso salir corriendo, pero las cucarachas le rodeaban. Las apartó con las manos, sintiendo el inconfundible tacto de sus patas. Se tropezó y cayó fuera de la habitación. Entonces, algunas caminaron por sus pies.

Aquella noche, no pudo dormir, sentía las patas moviéndose por su piel.

Fumigaron el lugar. El olor quedó impregnado en los mueves y en la madera, lo odiaba, le recordaba aquella fatídica noche. Pero, por suerte, se habían ido.

Así al mes siguiente, se levantó a la misma hora para orinar, siempre lo hacía a esa hora y después del suceso le cogió pavor. Pero ese día era distinto. Orinó y dentro de su brazo, se movió algo. Sintió que la carne se movía para darle paso a algo, un pequeño bulto que caminaba libremente por su brazo.

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